"La luna despuntaba en lo alto del cielo y
macabramente recordaba que ahora era ella quien controlaba a las criaturas de
la noche. El relincho de los caballos y los gritos de sus jinetes se imponían
al silencio de la noche. Soren miraba por la ventana, escrutando la oscuridad.
Tenían que actuar rápido.
-Ya se
acercan. No queda mucho tiempo, debes darte prisa. Busca al Guardián, proteged
el grimorio. Yo los entretendré el tiempo suficiente para que puedas huir-. Con
un sutil movimiento, una sombra se acercó al anciano y lo besó tiernamente en
la mejilla. Acto seguido salió por una trampilla del suelo y desapareció en la
noche. Al cabo de unos minutos las llamaradas se alzaban por encima del valle y
con ellas se llevaban el último hálito de vida de Soren.
ooo
La mañana clareaba. El sol se abría paso por entre las ramas de los
árboles, facilitándole la vista a Zale. Era un chico joven, su cuerpo fuerte y
musculoso era el de aquellas personas que se habían estado entrenando en el
manejo de las armas y otras actividades físicas desde una temprana edad. Su
padre se lo había enseñado todo. A la muerte de su progenitor, Zale había sido
acogido por sus tíos. Vivían en una cabaña cerca del bosque, a las afueras de
Astronia. Pocas veces visitaban la ciudad, únicamente para intercambiar las
piezas que Zale cazaba y los productos agrícolas que sus tíos cultivaban. Así
lograban sobrevivir. Siempre había sido así: los nigromantes controlaban las
siete ciudades de Simatria; expertos en la magia oscura atemorizaban a los
habitantes de las ciudades y reclutaban a todo aquel que quisiera unirse a sus
filas, además, siempre se procuraban los mejores alimentos.
El sonido
de unas suaves pisadas devolvió al muchacho al bosque. A pocos metros de su
posición, la lustrosa cornamenta de un ciervo sobresalió por entre la maleza.
El animal olfateaba el aire y miraba nervioso a todos lados, intuyendo el
peligro. Zale espolvoreó un puñado de hojas secas cambiando el olor y
confundiendo al ciervo. El cazador colocó una de sus flechas en el arco, tensó
la cuerda y disparó. El proyectil viajó veloz por entre las ramas, esquivando
cualquier obstáculo que se interpusiese en su camino. La flecha se clavó
certera en el ciervo. Zale llegó a donde yacía
agonizante el animal.
-Por poco
no te atravieso el corazón-.Y hundió su daga en el pecho.
Las casas se agolpaban unas encimas de otras,
luchando por el poco espacio existente. Las paredes, agrietadas y mohosas daban
un aspecto lúgubre a la ciudad. Los pasos de Zale resonaban por cada hueco.
Dobló la esquina y siguió todo recto hasta que finalmente llegó a la plaza
principal. El muchacho se sumergió en el mar de gente, intentando abrirse paso
para llegar a su destino. Brom se encontraba limpiando su mesa de trabajo. Era
un hombre entrado en años, con una espesa barba grisácea ocultando su menuda
boca; sus manos, grandes y rudas, se movían ligeras manejando el cuchillo. Era
amigo de la familia, a él le vendían parte de la mercancía que Zale cazaba.
-¿Qué tal
estás muchacho?
-Muy bien, gracias. ¿Y tú?
-Trabajando como una mula para poder llenar a mi pequeña-se frotó la
voluptuosa barriga y soltó una sonora carcajada. Zale sonrió y puso sobre la
mesa la caza de aquella mañana. A Brom se le iluminaron los ojos.- Muy bien,
muy bien… son buenas piezas. ¿Cuánto quieres por ellas?
-Diez lunares.
Mientras
el hombre rebuscaba en su bolsa de cuero, un grito se alzó entre el jaleo del
mercado: la guardia de los nigromantes abría camino a empujones, imponiendo su
ley. Altrax, el Capitán, encabezaba la marcha. Era uno de los hombres más
fieles al servicio de los nigromantes. El grupo se detuvo frente a Zale y Brom.
-¿Qué
tienes hoy para mí, Brom?-Altrax mostró su maltrecha dentadura en una especie
de mueca siniestra. El aludido le sostuvo la mirada.
-Pues
recientemente me ha llegado una manada de cerdos, bueno, en realidad acaban de
venir ellos solitos hasta mi puesto-. La sonrisa del Capitán se borró
instantáneamente de su cara. Acercó su rostro hacia el del tendero y le siseó:
-Cuidado con lo que dices
viejo, si no quieres que sea tu lengua lo próximo que te quite.
-Que la
disfrutes-. Y le escupió. Un grito ahogado, proveniente de los curiosos que se
habían acercado para presenciar la escena, se quedó suspendido en el aire. La
gente miraba expectante. Altrax se limpió el escupitajo, la rabia se apoderaba
de él por momentos. Levantó su mano enguantada pero alguien fue más rápido que él y
agarró su muñeca, parando el golpe. El Capitán se volvió para ver quién era el
que había cometido semejante ultraje y en el movimiento Zale cargó el puño
contra su cara. Altrax se tambaleó hacia atrás, con el orgullo herido y borbotones
de sangre brotando de su nariz. Recuperando el equilibrio sacó su cuchillo y se
abalanzó sobre su atacante. Como si hubiese salido de la nada, un tercer
individuo paró su ataque, le retorció el brazo y lo desarmó. El resto de la
guardia, que hasta entonces se había mantenido en un segundo plano, lanzaron un
grito y se abalanzaron sobre los agresores. Ambos jóvenes desarmaron
rápidamente a sus adversarios. De repente, el encapuchado extrajo una espada de
su interior y se la lanzó a Zale, el cual aferró el arma al vuelo. El joven volvió
a cargar contra la masa de soldados que se acercaba hacia ellos. La espada
guiaba los movimientos del chico, como si hubiese tomado el control de su
brazo. Súbitamente, su joven salvador lo agarró de un brazo y lo obligó a subir
a dos de los caballos amarrados a un carro de fruta. Partieron al galope y
pronto dejaron atrás su improvisado campo de batalla junto con una nube de
polvo.
Manchas
borrosas, de lo que parecía ser árboles y numerosa vegetación, se sucedían ante
sus ojos. Al cabo de un largo rato se decidieron a parar, seguros de que nadie
los seguía. Descabalgaron y dejaron que los animales fueran a reponerse después
de la agotadora carrera. Fue entonces cuando el misterioso personaje se
descubrió dejando ver el hermoso rostro de una joven. Su pelo, del color de la
plata, se recogía a un lado en una trenza de espiga; sus ojos, también
plateados, estaban rodeados por unas largas pestañas, iguales a las espigas de
trigo que los tíos de Zale recogían en verano. Parecía como si fuese a romperse
en pedazos y aun así aquella misma joven era la que había luchado con fiereza
junto a Zale.
-Mi nombre es Alwyria.
-Zale-. La joven hizo una leve
reverencia con la cabeza, a modo de saludo.
-Es un honor conocer al
Guardián del Grimorio de Caledon-. Zale se echó a reír.
-¿El
guardián de qué? Lo siento pero te has equivocado de persona-. Se encogió de
hombros y se dirigió a su caballo, dispuesto a marcharse. El semblante de Alwyria
se endureció.
-La
Espada no se equivoca-. El joven paró en seco y bajó la mirada a su cinturón,
donde reposaba el arma. No se había percatado de ella hasta ese momento, a
pesar de su increíble peso. Desenfundó el arma lentamente, cuando sus dedos
rozaron la brillante empuñadura la misma oleada que había sentido en la pelea
inundó su cuerpo. Zale notó cómo la espada se apoderaba de su alma y se fundía con la de él.
Volvió a enfundarla, levantó la vista
hacia Alwyria. La muchacha lo miraba impaciente.
-La
espada fue quien me guió hasta ti. Ella te ha escogido. Has nacido para ser guardián-.
No podía cambiarlo. No era dueño de sus actos. Nadie lo era, ella tampoco.
Pequeños hilos tiraban de ellos guiando sus pasos al ritmo que el destino
marcaba.
-Pero… ¿Y mi familia? Me
necesita…
-Ahora
toda Simatria te necesita. Debes proteger el grimorio, ayudarme a ponerlo a
salvo de las manos de los nigromantes-. La mirada de Alwyria se perdió en el
pasado:
“No hace
demasiado tiempo de esto, pero si el suficiente como para que el futuro de
Simatria cambiase completamente. Los
séptimos de Zork formado por siete
de los más grandes sabios de Simatria, cada uno proveniente de una de las siete
ciudades, custodiaban el Grimorio de Caledon.
Escrito hace miles de años por entidades oscuras relataba ritos arcanos
que manipulaban el poder de la muerte, los nigromantes lo reclamaban como su
legado. Al invocar estos poderes corrían el riesgo de ser consumidos por ellos
hasta que finalmente se unieran a las filas de los no muertos. Conscientes del
peligro, los sabios de la orden decidieron esconder el grimorio en el valle de
Minheres para que los nigromantes no lo encontrasen. Para reforzar la seguridad
del grimorio forjaron una espada en la que pusieron todos sus conocimientos
mágicos, la cual solo respondería a su legítimo poseedor. Los séptimos de Zork fueron
destruidos. Los nigromantes se hicieron con el control de Simatria y mientras
siguieron buscando el grimorio. Desde hace un tiempo que han vuelto a ir tras
la pista del libro, si no lo evitamos hordas de criaturas oscuras poblarán las
siete ciudades y la gente quedará sometida a ellos…para siempre.”
-Nunca he vivido otra cosa que
no haya sido el sometimiento a los nigromantes.
-¿Y vas a
dejar que el resto de la gente viva lo mismo que tú?-Las palabras sonaron
acusadoras en la boca de la joven. Dio media vuelta y comenzó a alejarse. Antes
de que diese un paso más, Zale le agarró de la muñeca y la atrajo hacia sí.
-Espera, lo haré. Te ayudaré a
encontrar el grimorio y a protegerle.
Ambos jinetes subieron a la grupa de los
caballos y emprendieron su camino. La luz se tornó en oscuridad y los viajeros
decidieron hacer una parada para acampar.
-Voy a
cazar-. Zale sacó de su bota un pequeño cuchillo. Alwyria se internó en la
maleza-. ¿A dónde vas?
-No
querrás comerte la cena cruda, ¿verdad?- Se internó en la oscuridad. Zale dio
media vuelta y se fue en dirección opuesta.
Cuando
regresó, una pequeña fogata alumbraba el claro del bosque. Alwyria se sentaba
junto a ella, algunos mechones caían por su frente de manera desbocada. El
muchacho se sentó a su lado y ambos se sumieron en un profundo silencio.
Acabaron la cena y finalmente Zale decidió transmitirle el mensaje que había
estado ensayando durante toda la velada.
-Disculpa
mi actitud de antes. Mi vida ha cambiado completamente sin apenas darme cuenta.
No sé qué hacer…
-Todos
dejamos algo o a alguien a lo largo de nuestro camino, pero no puedes cambiar
lo que eres. Al final, hasta el pasado se rinde al presente-.Alwyria apretó la
mano del joven.
-¿Alguna vez has dejado algo
atrás en tu camino?
-Demasiadas cosas. Ahora mismo
ya no me queda nada.
-Entonces
tendremos que aprovechar lo bueno que se nos ofrezca-. Y correspondió el
apretón de la chica. Ambos jóvenes se miraron; sus respiraciones eran rápidas y
acompasaban el latido de su corazón. Zale cerró los ojos y se dejó llevar por
el momento; entreabrió los labios y los deslizó por los de Alwyria… Al menos es
lo que hubiese deseado. Sus labios se cerraron en el aire. Cuando la chica volvió
a mirarle, sus ojos le devolvieron una imagen difusa y húmeda de él mismo.
-Lo
siento, pero no puedo-. Las palabras flotaron en el aire y golpearon el pecho
de Zale. Los labios de la joven temblaban, pero los apretó-. Buenas noches-. La
hierba mojó su ropa, pero no la importó; no era lo único que se empapaba por
momentos.
Los ojos
de Zale temblaron hasta que los abrió completamente. Las ramas de los árboles
se tambaleaban a modo de saludo, movidas por el aire. Un extraño silencio pesaba sobre el lugar, tensó los músculos y
desenfundó su espada. De entre la vegetación numerosas sombras salieron a su
encuentro. En ese mismo momento, Alwyria se desembarazó de sus mantas y se
colocó al lado de Zale. Los dos se lanzaron hacia los soldados. Los cuchillos
de Alwyria bailaban en el aire, segando vidas a medida que la chica avanzaba.
La espada de Zale lanzaba estocadas rápidas y precisas y uno por uno sus atacantes
fueron cayendo a su alrededor. Uno de los soldados más jóvenes quiso
sorprenderle por la espalda pero el chico ya realizaba una finta interponiendo
su espada entre su cuerpo y el arma del adversario. Al igual que todos los
demás, este también sucumbió a la espada del guardián. De repente, un dolor
agudo aguijoneó a Zale obligándole a postrarse de rodillas. Los pinchazos
recorrían su cuerpo, paralizándolo. Alwyria corrió hacia él y se colocó delante,
protegiéndolo de los siete encapuchados que avanzaban por entre el mar de
cadáveres. Altrax les guardaba las espaldas junto con otro puñado de hombres.
Alwyria preparó sus cuchillos, pero sus manos temblaban. Una voz suave y melosa
salió de una de las capuchas.
-No
cometas ninguna estupidez Alwyria, no tiene por qué morir más gente. Danos lo que
es nuestro y todo habrá acabado-. El nigromante abrió los brazos, invitando a
Alwyria a ir con ellos.
-¡No les
escuches! ¡No les reveles el paradero del grimorio!-Una carcajada inundó el
bosque. Varias sonrisas sarcásticas asomaron por entre las capuchas de los
nigromantes.
-¿Aún no
se lo has contado? Muéstraselo, dile la verdad-. A un gesto del nigromante
Altrax se acercó a la chica y rasgó su ropa, dejando al descubierto sus hombros
y parte de su espalda. Numerosos símbolos y palabras adornaban el cuerpo
desnudo de Alwyria y se perdían entre la ropa de la muchacha. Zale lo entendió:
ella era el grimorio.
-Lo
siento. Intenté decírtelo, pero demasiadas personas han muerto por mí. No
permitiré que hagan más daño-. Zale la oía sin escucharla-. Te quiero-. Alwyria
juntó sus labios a los del joven, las lágrimas impregnaron de sal la boca de
Zale. En ese momento una pareja de soldados apresó a Alwyria y junto con los
nigromantes desapareció en la espesura. Solo Altrax permaneció en su sitio, se
acercó a él, sacando su daga. Le miró con despreció y le espetó:
-
Dulces sueños-. Y le golpeó con la empuñadura del arma. Todo se volvió negro.
Cuando
Zale recobró el sentido, las sienes le palpitaban y todo le daba vueltas. Los
recuerdos eran lagunas en su cabeza, pero algo era cierto: Alwyria no estaba.
Ensilló a su caballo, enganchó el de Alwyria, ahora sin jinete, y partió al
galope. La rescataría. Él era el Guardián del Grimorio de Caledon."
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