Queridos
Reyes Magos,
Me
llamo Dalia y tengo 8 años. Este año ha sido diferente. Mi papá y mi mamá han
dejado de ser felices. Ya no sonríen, ni tampoco ruedan por el suelo de risa.
Hace tiempo que ya no me miran como antes, y unos oscuros círculos de color
morado se encuentran siempre presente debajo de sus ojos. Tampoco hacen esas
cosas que solo ellos hacen de juntar los labios durante un tiempo. Y no
entiendo el porqué.
Todo
empezó cuando mi papá, un día, siempre vestido elegantemente con traje y corbata,
vino antes de tiempo del trabajo. Mamá le preguntó si pasaba algo; papá me miró
y empezó a llorar. A él se le sumó mamá. Yo era la única que no lloraba, ¿acaso
pasaba algo malo? Papá había vuelto a casa antes de tiempo, eso significaba que
tenía más tiempo para jugar con él. Pero no volvimos a jugar juntos.
Pasaron
los días y papá cambió de ropa. Ya no vestía con ese traje que mamá le
planchaba todas las mañanas, sino con pantalones azul marino y camiseta. Mi
ropa también cambió, era un poco más vieja que la de antes y tenía unos
extraños cuadrados cosidos, pero a mí me gustaba, era original. También
cambiamos de casa, era mucho más pequeña y fría. Solo teníamos una cama para
dormir, pero me encantaba, porque papá, mamá y yo volvíamos a dormir juntos y
cuando tiritaba, los dos se estrechaban para darme calor. Empecé a temblar sin
tener frío para que me abrazasen de nuevo. Aunque las cosas habían cambiado yo
era feliz, pero mi papá y mi mamá seguían estando tristes y llorando de vez en
cuando. Ellos intentaban hacerlo a escondidas para que no les viera, pero yo lo
sabía, los oía… lloraban igual que yo. Sonaba de la misma forma.
La
nieve empezó a cubrir las calles; los copos blancos cruzaban a través de la
ventana y desaparecían entre la multitud de gente que ya llevaban gorros,
bufandas y abrigos. La ciudad se llenó de luces de colores, de villancicos y de
sabor a turrón y a castañas asadas. La Navidad había llegado. Pero en mi casa
no aparecía. Le pregunté a papá y a mamá que cuándo vendría, por si se había
perdido por el camino; como habíamos cambiado de casa a lo mejor no lo sabía y
era ella la que estaba esperando a que nosotros llegásemos. Ellos me
respondieron que este año iba a ser distinto y que los Reyes, vosotros, tampoco
ibais a poder venir. Yo les dije que no, que siempre veníais, pero negaron con
la cabeza y me dijeron algo horrible: que no existíais, que no eráis de verdad
y que tenía que crecer. Yo me fui corriendo a la habitación, llorando.
Este
año os pido algo diferente, no pido nada para mí, solo que quiero que mi papá y
mi mamá sean felices de nuevo, que rían, jueguen y vuelvan a juntar los labios
como hacían antes. Quiero que les desaparezcan esos círculos morados de debajo
de los ojos y que vuelvan a creer en vosotros, que sean un poco más niños, que
vuelvan a desear la llegada de la Navidad y que vuelvan a tener ilusión.
Sé
que sois reales, sé que vendréis. Nunca he dejado de creer.