“Solo amigos”. Dos palabras duras y frías.
Tan pequeñas que resulta irónico que produzcan un dolor tan grande. Dos mundos
ajenos pero interconectados. Dos vidas, dos caminos. La ilusión de que las
cosas no cambien, la realidad de que nada volverá a ser como antes. Sí, al
principio seguiréis hablando: preguntas superfluas y banales que pretenden
encontrar un sentido a esa nueva situación. Con gran elocuencia ocultarás esos ojalá que luchan por hacerse un hueco.
Después te entrará la melancolía y una sensación de vacío interno que hará que
te arrastres por una segunda oportunidad. Y harás el gilipollas, porque luego te
sentirás como una imbécil; pero claro, no te das cuenta de ello hasta pasado un
tiempo.
Pasada esa fase en la que has perdido tu
dignidad de una forma realmente admirable a la par que estúpida, te decidirás a
pasar página. Al principio poco a poco, casi con la resignación de que las
cosas tienen que ser así y con la esperanza de escribir aunque sean unas líneas
más; después, empezarás a coger ritmo y cuando quieras darte cuenta habrás
dejado atrás ese y muchos otros capítulos de tu vida que habrán pasado a tu
lado y de los cuales ni siquiera te has percatado. De esta forma, las
conversaciones que antes manteníais se retrasarán días, semanas, meses e
incluso años, hasta que se restrinjan a esas fechas concretas, en las que
tienes que ser educada por obligación y desearle aquello de lo que te privó.
Maldita Navidad y maldito cumpleaños.
Y después, nada. Le olvidarás. Y él a ti,
aunque bueno, él ya lo hizo. Alguna vez podrás pensar en él, pero será algo
vago y demasiado efímero como para
pararte a pensar en ello el tiempo suficiente y que te importe.